Maria Fernández Coronel y Arana, más conocida por su nombre religioso de Sor María Jesús de Ágreda (2 de abril de 1602 – 24 de mayo de 1665), abadesa de Ágreda, Soria, nacida y fallecida en aquella ciudad. También conocida como La Venerable, Sor Ágreda, o Monja virago, fue una escritora y monja concepcionista española.
Ha pasado a la historia por tener una extraña cualidad. Entraba en sueños muy profundos que eran ya conocidos por sus amigas y jamás era turbada mientras dormía. Al regresar a su estado normal, hablaba incoherencias según quienes la conocían. Comentaba de indios y de haber estado con ellos. Obviamente, nadie le daba importancia al hecho. Pero jamás pensaron que lo que ella contaba fuese verdad. España en esos años trataba por todos los medios de catequizar a los habitantes del Nuevo Mundo.

El padre Alonso Benavides regresó muy impactado a su España. Contó a sus superiores el hecho y cundió más aún el desconcierto. Tratando de ubicar a la misteriosa monja, recorrió los conventos de España. Uno tras otro fueron eliminados, hasta que entró a uno que fue algo increíble. Era el convento de la Madre María de Agreda. Sus condiscípulas le contaron de los sueños y dormideras de Sor María y que al regresar a su estado habitual contaba cosas increíbles del Nuevo Mundo, situaciones para ellas fantasiosas y a las que nadie daba crédito. El padre Alonso desenfundó un paquete y les mostró el cáliz que había recogido en México, preguntándoles si ese artefacto era del convento. El misterio era mayúsculo, ya que las monjas le confidenciaron que efectivamente era de ellas, pero que hacía un tiempo se había perdido. ¿Cómo era que él lo hubiera recuperado? El sacerdote contó entonces que lo había encontrado entre los indígenas mexicanos.

La entrevista que tuvo el sacerdote con la superiora reveló hechos impactantes. Por de pronto, la superiora conocía mejor los lugares y a los indígenas que el propio padre Alonso. Al tratar de averiguar más sobre el tema, la Madre María tuvo que entregar todos los extraños detalles.
La Madre María de Agreda confidenció al sacerdote que ella tenía una extraña virtud. Que entraba en sueños prolongados y aparecía de pronto en el nuevo continente. Allá se veía rodeada por indígenas y no se le había ocurrido una mejor idea que hablarles del Evangelio y tratar de evangelizarlos. Ellos respondían maravillosamente bien y se deleitaban con las palabras de la monja. Respondían muy bien a cada pregunta. La Madre no sabía cómo llegaba a estas latitudes y de pronto se acostó con un cáliz en sus manos. Y para su asombro, al llegar misteriosamente a sus indígenas, se dio cuenta que estaba con ese cáliz y se los entregó a los habitantes de México.
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La pobre monja fue analizada hasta los niveles más increíbles por los inquisidores, que tentaron toda suerte de artilugios tratando de escarbar el inconsciente de Sor María. Felizmente, tras inútiles esfuerzos, llegaron a la conclusión de que el demonio no estaba presente y que todo obedecía a una extraña e incomprensible habilidad de la monja para estar simultáneamente en dos partes.